miércoles, agosto 17, 2005

camino del arte / 00 Proyecto terra


información sobre la acción Cambio. La Caverna. Rosario/05.
http://acostadaniel.blogspot.com/


















pintura: RIA - Chuelo / Acosta  --------------------------------------------------


CAMINO DEL ARTE / 00

Creo que los caminos del arte son infinitos, tantas como las personas que lo abrazan y transitan, sin miedo a la libertad. Haciendo, en su marcha, lo único que el arte reclama: más compromiso con la vida, más calidad humana, y conexión con ese mundo profundo que nos da generosamente su energía poética.
La vida es riesgo, cambio. Lo mismo el camino del arte. Lo contrario es miedo, autorepresión y encadenamiento a cosas insignificante. Prescindible. Sombra estéril.
Sigamos caminando ese camino mágico, que nos da la existencia y obtener un poco de luz entre tanta miseria.
Daniel Acosta / 00/ La tierra no es basura 

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Proyecto Terra
                         Universo Posible

Después de más de 20 años de iniciación en el arte, en los últimos diez años tuve la oportunidad de empezar a viajar bastante, tanto por el Sur y al Norte Argentino.  Como por los países vecinos hasta México.
Esta perspectiva fue abriendo y profundizando mi experiencia con las culturas originarias, muy ligadas a la naturaleza.
De esta manera mi poética se fue abriendo cada vez más a las fuentes, casi mágicas, del planeta tierra. 
El año pasado tuve la oportunidad de viajar a México y hacer acciones en los centros ceremoniales de Teotihuacan, Tulun, Palenque y Tikal, Guatemala.
En cierta medida estas actividades van ha ser completadas con las próximas acciones, interviniendo   en la zona de Talampaya, La Rioja. En el valle de Ambato y el salar de Pipanaco, Catamarca y en la selva de Tafí del valle, Tucumán.
Esta etapa en el desierto me motiva paradójicamente ya que el sonido del viento sobre las piedras y rocas, se esparce misteriosamente, poblando sus rutas de fantasmas ancestrales.
Donde la naturaleza muestra una parte de su complejo sistema de creatividad. Donde tomamos conciencia de este organismo viviente y su relación con el arte y viceversa. 
Estos tiempos distintos pero integrados, conforman los niveles que busco relacionar; tres grandes tríadas. 
El cosmos, como origen y semilla del universo. La tierra como gestadora de la naturaleza y el proceso social.
Y el humano, como principio y fin del proyecto terra...
Uno empieza pero no sabe dónde terminará... esta incertidumbre me guía hacia un lugar en el planeta que tal vez pueda conocer pero que mas me atrapa recorrer.

Daniel Acosta/Buenos aires, junio del 2000 
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El camino
Proyecto Terra

             Sentir que el espacio, me estaba transformando internamente, al reencontrar la senda de la libertad interior, fue emocionante.
Tener esos campos y planicies, donde los limites son los picos de alguna montaña lejana o algún tipo de árboles nativos en el horizonte, me situaba muy lejos de las cuatro paredes, atestadas de objetos, de mi taller - al cual quiero mucho, pero no es lo mismo-, ubicándome en otro  centro...  distinto, por donde pasaba la naturaleza. El arte. La verdad... El camino...
Esta movilización interior, me reafirmaba, a dejar de lado cierto costados, aun estructurados, de mi personalidad. Forjada en años de aprendizaje formal en escuelas, que no se agotaban de repetir mecánicamente, “interpretaciones” o “verdades”, de esto o aquello, que el manual de turno, de ciertos maestros o profesores gozaba de repetir.
Estos mandatos heredados, se empezaban a disolver, al costado del camino. Arrastrados por los vientos que no terminaban de sacudirme. Predisponiéndome... al hacer.
El camino del aprendizaje del arte, puede durar toda una vida - me dije. No es fácil… y esta complejidad, de sintonizar con las olas de la expedición, engancha a la mochila, que cuelga de la espalda; haciéndole jirones en su paso. Pero sin estos rastros no seria posible nada. Menos el crecimiento- me repetí-, que permite  dar saltos hacia delante, y todas las otras direcciones, rearmando una mirada, en mi caso, mas  despojada de ciertos ornamentos, que la ciudad, incorpora desde sus “necesidades”, mas de unas veces falsa. En las rutas del arte.
Pensar en estos dogmas, en el medio del médano, con los ojos rojos, de la arenisca, que me hacia cerrarlos,  para reabrirlos,  esta ves más grande, para no “perderme nada”, termina de reconfirmar la vacuidad, de estas verdades civilizatorias. Que me terminan de empobrecer, muchas veces, en mi accionar poético. Y me vino una sonrisa, cuando vi, un zorro perderse en la sombra de unos matorrales silvestres. Amarillos, creo.
Todos los espacios son validos, - me dije.  Y ellos no son siempre los mismos. La ciudad propone su geografía recargada y aburrida.
Y estos terminan siendo los espacios a modificar, con propuestas artísticas que incluyan, al potencial espectador, en ese espacio de encuentro. Furtivo. Cálido.         
Pero ahí vamos, con la mochila al hombro, cargando lo necesario, resguardando el fuego del viaje creativo, con los elementos, acompañándome hasta el final. Como pasó en cada paso que di. Encendiendo el fuego. La imaginación.   Intentando reencontrar el camino iluminado... la posada y la noche encendida... Y alrededor del fuego, tomar el pan, cuando el cuerpo se empieza a doblar, por el cansancio de la faena del día. Y empezar a aflojarse... detrás de un cielo inexplicable. Silbando… sintiendo la compañía palpitante, el soplo… del fuego. De la vida. 

Daniel Acosta / artista visual / Julio 2000 /  Argentina   


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Proyecto terra
Pucará...

Once días después de haber salido (y de recorrer casi 3.000 Km) de las complicadas relaciones humanas, o cuasi humanas, que impone el vivir cotidiano, en una mega ciudad, como Buenos Aires; la distancia psicológica que se tiene, en ese espacio, es casi abismal.
Llegar a la ciudad de Belén (Catamarca) de noche, atravesado por sierras y quebradas y el río casi seco, que lleva el nombre de la ciudad, y ver reflejado en él los ojos claros de cientos de estrellas, es sentirse recibido por otro tipo de situación.
La riqueza espiritual se podía tocar si se atravesaba ese primer contacto con la gente sencilla que deambulaba por sus calles serenas.
El ímpetu de la vida se detenía en la mirada de Claudio Barragán, poeta de la tierra de Belén, músico de su pueblo, escultor de sus raíces. Uno entre muchos, que conocimos, en este largo recorrido de hacer y conocer gente muy poética, el camino.
En su casa, cerca de la falda de un cerro color verde, esculpía con formones y gubias sobre madera nativa, rostros vecinos, como el suyo. 
 La cosmovisión en un terreno tan fuertemente natural termina modificando el lugar de la vida y la mirada del arte. Es otro tipo de crecimiento. Menos lineal. Donde las direcciones van rearmando una visión mas despojada, de ciertos ornamentos, que la ciudad incorpora desde sus “necesidades”, falsas.
Recibir, de la mano añosa, de una de “las niñas” hermanas hilanderas, un mate amargo, bien largo, que permitía aflojar el tiempo, para observar amorosamente como tejía con su urdiembre de lana, fue una experiencia.
Vidas abnegadas, que no conocieron, tal vez, los placeres de la vida, por sostener a sus padres, mientras la rueca gira incansablemente en el fondo de la enredadera.
Encuentros que se iban entretejiendo, en los lugares más inesperados, como el de don Titos, descendiente de los antiguos indios Diaguitas de la zona. Sentado en su deshilachada silla, muy naturalmente, empezó a contar sus extrañas historias como joven peón, en el origen del ingenio Ledesma, en Tucumán, donde había ido a parar en busca de trabajo en los años 30.  
Relatos de hombres a caballo, perseguidos por hombres fantasmas, también a caballo.
En el mediodía del villorrio, sonaba una chacarera en el fondo del rancho. Casa de adobe, sostenida por la recordación prodigiosa de don Titos. Y mientras hacia el gesto de espantar al fantasma de su relato, con su mano vigorosa, de cortar y cosechar caña de azúcar, en el ingenio Ledesma, el hombre se iba internando cada vez mas profundo en su memoria.
Encontrarnos en la base del volcán de Antofagasta < el Pucará >, a casi 600 Km al noroeste de Catamarca... Y la sensación que provoca este espacio, es la de un enorme vacío y, satisfacción, por otra parte.
Vacío por la contundencia de esos minerales casi olvidados por la , en el medio del desierto de arena y salitre; que se fueron amasando de la mano de los vientos, el fuego del volcán y la acción del agua, sobre la tierra seca.  
Bajar su boca apagada. Ocre... Para encender fuego a un globo aerostático de papel barrilete, de colores estridentes, resultó una experiencia, de una carga poética extremadamente, misteriosa.
El silencio... natural. La relativa oscuridad de la tarde, después del ascenso de casi dos horas al mediodía... (La ausencia de oxigeno y la complicación que esta situación trajo, para encender el globo... Y la conciencia de que esas paredes nos podía destrozar, en cuestión de segundos, si estuvieran activas)... nos sobresaltaron.
El atrevimiento, de poder realizar una ceremonia mística en su vientre, es casi el equivalente a volar, a despegar, casi en trance, de una situación normal a otra, mágica. Encendiendo la imaginación. 
 Un cruce entre la naturaleza, salvaje. Sus elementos milenarios, y la poesía finita, del sentir humano.  
Bajar sus laderas, sin huellas. Dejándose arrastrar por el viento, cada vez más fuerte – resaca del Zonda-, para caer, en zigzag, sobre ese jardín de piedras oscuras, de las lavas petrificadas. Sin tiempo.
Con los ojos enrojecidos por la arenisca, aspirando intensamente. Saliendo de las certezas de la ciudad. Con la compañía del fuego eterno bajo mis pies; terminamos el descenso. No quisimos darnos vuelta por última vez.
Sentíamos nuevamente un impulso a reafirmar nuestra relación con la tierra. 
La cúpula del cielo con sus enormes estrellas, cruz del sur de por medio, empezaban a guiarme a la posada, con antenas satelitales nuevas, de Lucas; el baqueano, y subintendente de Antofagasta de la Sierra. Entre tantas personas hermosas, el más gaucho que encontramos. Nos esperaba, para brindar su conocimiento, de las salinas sulfateras, en los bordes de la nada... próxima parada silenciosa, en Antofagasta de la sierra.  

Daniel Acosta
Artista visual 
julio-agosto del 2000 

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Proyecto terra
Pucará...
La actitud de transformarse... interviniendo el entorno, está convirtiendo mi manera de accionar artístico... en algo cotidiano. 
Once días después de haber salido (y de recorrer casi 3.000 Km) de las complicadas relaciones humanas, o cuasi humanas, que impone vivir en una mega ciudad, como Buenos Aires; la distancia psicológica que tengo ahora, es casi abismal.
 La cosmovisión en un terreno tan fuertemente natural termina modificando el lugar de la vida y la mirada del arte. Es otro tipo de crecimiento. Menos lineal. Donde las direcciones me van rearmando una visión mas despojada, de ciertos ornamentos, que la ciudad incorpora desde sus “necesidades”, falsas. 
Más aun cuando en este momento estoy subiendo la cuesta del volcán de Antofagasta < el Pucará >, a casi 600 Km al noroeste de Catamarca... Y la sensación que me provoca este espacio, es la de un enorme vacío y, satisfacción, por otra parte.
Vacío por la contundencia de esos minerales casi olvidados por la , en el medio del desierto de arena y salitre; que se fueron amasando de la mano de los vientos, el fuego del volcán y la acción del agua, sobre la tierra seca.  
Bajar su boca apagada. Ocre... Para encender fuego a un globo aerostático de papel barrilete, de colores estridentes, me resultó una experiencia, de una carga poética extremadamente, misteriosa.
El silencio... natural. La relativa oscuridad de la tarde, después del ascenso de casi dos horas al mediodía... (la ausencia de oxigeno y la complicación que esta situación trajo, para encender el globo... Y la conciencia de que esas paredes que me estaban protegiendo en su interior me podía destrozar, en cuestión de segundos, si estuvieran activas)... me sobresaltaron.
El atrevimiento, de poder realizar una ceremonia mística en su vientre, es casi el equivalente a volar, a despegar, casi en trance, de una situación normal a otra... mágica. Encendiendo la imaginación. 
 Un cruce entre la naturaleza en estado salvaje. Sus elementos milenarios, y la poesía finita, del sentir humano.  
Bajar sus laderas, sin huellas. Dejándose arrastrar por el viento, cada vez mas fuerte – resaca del Zonda... -, para caer, en zigzag, sobre ese jardín de piedras oscuras, de las lavas petrificadas. Milenarias. 
 Con los ojos enrojecidos por la arenisca, para reabrirlos... aspirando intensamente. Saliendo de las certezas de la ciudad. Con la compañía del fuego eterno bajo mis pies.  
 Esta sensación religiosa, de comunión con los elementos, me trajo recuerdos de mi niñez, de estado casi salvaje, correteando barro... charcos y árboles, con los pies desnudos... casi agrietados, pero sin quejas, por la enorme felicidad, de unidad, que la tierra me estaba permitiendo gozar.        
Tomé una rama de nogal abandonado, y terminé el descenso.
Sentí nuevamente un intenso impulso a reafirmar mi relación con la tierra.
 No quise darme vuelta por última vez. Busqué mis huellas entre las piedras. 
 La cúpula del cielo con sus enormes estrellas, cruz del sur de por medio, empezaban a guiarme a la posada de Lucas, el baqueano, y subintendente de Antofagasta de la Sierra. Entre tantas personas hermosas, el más gaucho que encontré en el camino. Me estaba esperando, para brindarme su conocimiento y silencio, de las salinas sulfateras, en los bordes de la nada... próxima parada, en Antofagasta...  
Daniel Acosta
Artista visual 
julio-agosto del 2000 
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Proyecto terra
Pucará...


La actitud de transformarse transformando el entorno, está convirtiendo mi manera de accionar artístico... en algo cotidiano. 
Once días después de haber salido (el 19 de julio del 2000) de las complicadas relaciones humanas, o cuasi humanas, que impone vivir en una mega ciudad, como Buenos Aires; la distancia que tengo ahora con ella es casi abismal.
Más aun cuando en este momento estoy subiendo la cuesta del volcán de Antofagasta < el Pucará >, a casi 600 Km al noroeste de Catamarca..., y la sensación que me provoca, es la de un enorme vacío y, satisfacción, por otra parte.
Vacío por la contundencia de esos minerales casi olvidados por la , en el medio del desierto de arena y salitre; que se fueron amasando, lentamente,  por la mano de los vientos, el fuego del volcán y la acción del agua, sobre la tierra seca.  
Bajar desde su boca apagada... para encender fuego a un globo aerostático de papel barrilete, de colores estridentes, me resultó una experiencia, de una carga poética extremadamente, misteriosa.
El silencio... natural. La relativa oscuridad de la tarde, después del ascenso de casi dos horas al mediodía. La casi ausencia de oxigeno y la complicación que esta situación trajo, para encender el globo..., la conciencia de que esas paredes que me estaban protegiendo en su interior me podía destrozar, en cuestión de segundos, si estuvieran activas. Me sobresaltaron. Y el atrevimiento, de poder realizar una ceremonia mística en su vientre, es casi el equivalente a volar, a despegar, casi en trance, de una situación normal a otra anormal... mágica. Un cruce entre la naturaleza. Sus elementos milenarios, y la poesía finita, del sentir humano.  
Bajar sus laderas, sin huellas profundas, dejándose arrastrar por el viento, cada vez mas fuerte – resaca del Zonda... -, para dejarse caer en zigzag sobre ese jardín de piedras oscuras, de las lavas petrificadas. Esta sensación religiosa de comunión con los elementos me trajo recuerdos de mi niñez, de estado casi salvaje, correteando barro... charcos y árboles, con los pies desnudos... casi agrietados, pero sin quejas, por la enorme felicidad que la tierra me estaba permitiendo vivir.        
Apoyado en una rama terminé el descenso. No quise darme vuelta por última vez. Busqué mis huellas entre las piedras. La cúpula del cielo con sus enormes estrellas, cruz del sur de por medio, empezaban a guiarme a la posada de Lucas, el baqueano que me estaba esperando, para darme su conocimiento y información de las salinas sulfateras, en los bordes de la nada... en Antofagasta...  
Daniel Acosta/Artista visual / 00
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P   R   O   Y    E    C    T    O      T    E    R    R    A 

U n i v e r s o   P o s i b l e

El cielo ha sido fundado,
La tierra ha sido fundada,
Quién ha de vivir ahora, oh dioses? 
Crónica azteca.

En el marco del fin del milenio y de las sucesivas confrontaciones culturales que se desarrollaron históricamente entre el centro y la periferia, en nuestro territorio y en toda América venga investigando el mundo simbólico de estas culturas arcaicas ligadas a la Naturaleza, y las contemporáneas, enfocadas en la perspectiva de “aldea global”.
De qué manera la cultura occidental actual guiada por la idea de navegar en un “espacio común digitalizado”, desde el barrio, se integra con aquélla mágica: Vital y básica; este sujeto o cuerpo es el que investigo plásticamente. 
Las contradicciones culturales no resueltas que se repiten mecánicamente nos atan en términos humanos. Las nuevas síntesis a realizar a partir de aquellas culturas vitalistas, es plantearse otro espacio, mas integrador, creativo. Sumergido en un entorno más natural.
El presente cibertrónico nos muestra, por momentos, una realidad compleja y alienante. Pensar  un espacio social  más humanizado, relacionado con un concepto del arte, capaz de ayudar a transformar las actuales condiciones   de desintegración,  desde el imaginario, lo poético;  es reubicar, desde las raíces, la función  artística que de alguna manera siempre tuvo. Reconstruir, sintetizando poéticamente, al hombre desde el Arte en la Naturaleza... Universo posible.
daniel Acosta / 


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